"Porque cuando todo duele, la sonrisa se convierte en el acto más poderoso de resistencia."

Una de mis teorías clave en esta vida siempre ha sido que una persona empieza a sonreír de verdad en cuanto aprende a soñar flojito. Muy poco a poco.
Es algo totalmente inefable.
O revisas tus sueños periódicamente, o algún día te verás explicándole a alguien, desde lejos, por qué dejaste de perseguirlos.
Pero hoy no quiero hablar de sueños.
Hoy quiero hablar de sonrisas.
Y es que para aprender a sonreír de verdad, antes tienes que haber llorado mucho.
Se aprende así. Qué le vamos a hacer.
A base de palos.
De finales inesperados.
De golpes que te rompen para enseñarte.
Sencillamente, cuando ya deja de sorprenderte cualquier desenlace posible en esta vida.
Seamos sinceros: da igual en la situación que te encuentres.
Una sonrisa bien dibujada siempre te va a ayudar a ti, y probablemente también a los demás.
Y que nadie se confunda: sería un fallo estrepitoso pensar que sonreír y reír son lo mismo.
Son actos completamente diferentes.
Únicamente —y exclusivamente— comparten algunas letras, diría yo.
La sonrisa crece y escucha.
La risa estalla y habla.
Son totalmente opuestas.
Aunque sí, se puede sonreír mientras se llora.
Y creo que con eso está todo dicho.
De cualquier modo, si hay algo que realmente me sorprende del acto de sonreír, es lo mucho que se obtiene y lo poco que abunda en este mundo.
Y ya que estamos, déjame que te presente a tu peor enemigo: el miedo.
Quédate con su cara, porque va a estar toda la vida ahí.
¿La única forma de espantarlo y dejarlo en un segundo plano?
Seguir sonriendo, cueste lo que cueste.
Un abrazo,
Guillermo Chinchilla